lunes, agosto 28, 2006


1938

La idea era demoler la roñosa construcción, para en su lugar construir un estanque amplio, en donde colocar patos de colores, tal vez unos gansos o incluso unos cisnes, que dieran un poco de vida y sonido al siempre silente jardín. No era mala idea, el sitio aquél, rodeado de viejos árboles pero incluso así muy luminoso, era el más indicado para semejante obra.
Dió un rodeo, buscando por dónde empezar. Lo único que había era una gran puerta de dos hojas, con aún fuertes herrajes oxidados y un inmenso candado, mirando hacia atrás, hacia el este. El resto del perímetro estaba muy cubierto de vegetación trepadora, y no se podía adivinar si había o no alguna ventana. Se encontraba frente al candado, cuando una voz lo llamó.
Se sorprendió muchísimo, pues rara vez se oían voces en ese jardín, y en especial en esa parte, adónde nadie nunca iba. La voz siguió llamando, asumiendo la forma de un estrafalario hombre, vestido ridículamente con un overol de mezclilla desteñida y muchas remendaduras. Era el patrón, un hombrecillo que a veces paseaba entre los rosales en los días de llovizna. La última vez que se había presentado así, había sido para cuando los temporales del 27, once años antes, entusiasmado en la idea de ayudarlo con la tala de unos gigantescos pinos arrancados de su suelo por los fuertes vientos. Ahora, vestido igual, con la misma (y rara en él) gran sonrisa y afabilidad de entonces, agitaba una argolla con dos inmensas llaves. En la otra mano portaba una barreta de hierro.
Tras saludarse y hacer vivos comentarios sobre el viejo candado, probó la primera llave. Esta no le hacía al candado, así que probaron la otra. Esta entraba perfectamente, pero solo giraba un cuarto de vuelta. Los años no habían pasado en vano sobre los mecanismos. El patrón recordaba que él nunca había visto que nadie abriese esa puerta, ni siquiera en su infancia, así que las grasas y aceites ya debían haberse descompuesto definitivamente. Justamente, era un poco de aceite lo que hacía falta, pues la cadena era demasiado gruesa, y destruir ese candado, una verdadera antigüedad, era un verdadero crimen. Acordaron que el patrón esperaría a que él volviese con aceite del cuarto de herramientas.
Se fue caminando. A esa hora de la mañana el jardín era un agrado, pero el sol hacía de las suyas, y correr no valía la pena, por fuerte que fuese la emoción. Cerca de la casa se sentía ya un delicioso aroma a carne asada, que salía por las ventanas de la cocina, probablemente el almuerzo, que no sería si no hasta dos horas más tarde. Tomó la aceitera, se montó en una bicicleta, y cinco minutos más tarde divisaba ya el claro donde se levantaba el vetusto edificio. No se veía a nadie.
Se apeó de la bicicleta, y la apoyó en la carretilla. Al llegar anunciando que había vuelto con el aceite, nadie contestó. Junto a la puerta reinaba la más absoluta soledad. El candado estaba abierto, con la cadena tirado en el piso. La puerta estaba entreabierta, y de su interior salía un vientecillo frío y seco, con aroma a tiempos perdidos, como si de una tumba se tratase.



¿y qué pasó? Es largo, muy largo. Recién es 1938.

1 Comments:

At 4:03 p. m., Blogger Hyera said...

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