lunes, septiembre 25, 2006

Gracias Tucán.


Durante la faena de instalación de ciertas tuberías, como era habitual en el área, la pala de un obrero tropezó con los restos de una momia chinchorro antiquísima. Según la rutina, casi tradición, las obras se inerrumpieron, se llamó al capataz, éste al ingeniero, y desde una oficina perdida alguien informó al personal del museo, en San Miguel. Un par de arqueólogos, tres estudiantes en práctica, y yo, subimos a la camioneta institucional, y tiempo más tarde, a eso de las 11 AM. nos encontrábamos en el "sitio". Tras mucho pasar pinceles, cernir tierra, un breve almuerzo y soportar la impaciencia del ingeniero jefe, el "sitio" pasó a llamarse "yacimiento", pues había vestigios de un conjunto de por lo menos 8 momias, en un estado de conservación francamente excepcional, pues según me enteré, era costumbre en esa cultura desenterrar año tras año a sus muertos con el fin de vestirlos para la ocasión festiva que correspondiese, cosa que no había ocurrido con éstas. Hasta entonces, bajo el calor y camisas muy sudadas, la cara de los especialistas denotaba pura felicidad, acostumbrados como estaban a examinar sitios siempre invadidos por algún "huaquero" o la ristra de un arado.
Esa felicidad se tornó en exclamaciones ahogadas, cuando a las 4 y media de la tarde, se desenterró una novena momia. Era una momia blanca, de mechones rubios, y piedras azules en lugar de ojos. El atuendo y el sistema de momificación, eran a primera vista, iguales a lo que siempre se había conocido.
Más de 8 mil años tienen esas momias. ¿Un hombre blanco, aquí, hace 8 mil años?

Se ordenó el más estricto secreto, y con el máximo de cuidado, se llevó el hallazgo a las salas del museo.

Como es habitual en un país con gran cultura funcionaria, las 17 horas habían sido hace un buen rato, y ahora, siendo más de las 6, el trabajo y la curiosidad científica podían esperar dentro de una caja encima de las mesas de las salas climatizadas hasta el día siguiente. Yo tenía una hora de salida más tarde: a las 20. Era guardia del lugar, tenía acceso a todos los rincones, y de día me tocaba manejar la camioneta institucional. A las 20 llegaba mi reemplazo.


El silencio se hizo rápido, y luego entraron las primeras sombras del atardecer. Puse agua a calentar, y mientras esperaba, hice una ronda. Atravesé las salas oscuras donde una luz tenue ilumina huesos y cerámicas como si de un sagrario se tratase, y al pasar por la puerta de las salas de trabajo y preparación, mi curiosidad no soportó más. Encendí las luces, y ahí, donde la habían dejado, la momia blanca, con la mirada perdida en los tubos de neón, soportaba impúdicamente mi mirada.
Era como una gran muñeca de trapo y barro, pero la piel era piel, su piel. Un examen detenido reveló tatuajes, formas raras. Llevaba un ligero collar de piedras. No pude evitar tocarlo. El infortunio me acompañó, pues algo cayó y se rompió. Temí por mi trabajo. Pero al llevar la vista al suelo qué vi en su lugar: el brillo de oro. Me puse codicioso. Oro nunca se veía ahí, y los arqueólogos nada sabían ni sabrían de ello, ni lo imaginarían ni soñarían. Así pues, puse el objeto en mis bolsillos, levanté las cosas del piso, limpié, apagué las luces y me fui a por mi nescafé, a esperar al reemplazo.

PD: Esto continúa, esto sí continúa. Hay buen material aquí, y tengo el final escrito. Sólo adelanto que es muy oscuro, muy H.P. (a quién no he leído nunca).

1 Comments:

At 10:05 a. m., Blogger JGuarello said...

Se llama Gracias Tucán por el momento. Es porque el hiperbóreo psicodélico amigo mío me ha prestado un librito de ciencia ficción bastante interesante, tal vez por lo novedoso en el modo de exponer los temas, y bueno, me ha permitido sacar algunas ideas fácilmente aprovechables para la estructuración de lineas argumentales con giros totalmente nuevos etc. etc. etc. etc.

 

Publicar un comentario

<< Home